La Trampa Se Cierra
La oscuridad era absoluta. Sophia no podía ver ni su propia mano frente a su cara.
Los pasos comenzaron a subir las escaleras. Lentos, calculados, amenazantes.
"No tiene sentido que corras, Sophia. Conocemos cada rincón de esta casa", la voz del hombre desconocido resonaba en las paredes.
Sophia se movió a ciegas por el pasillo, buscando desesperadamente una salida. Sus manos temblaban mientras tanteaba las paredes.
El olor a plomo y podredumbre parecía seguirla por toda la casa. Ahora entendía por qué Richard siempre se sentía peor en las mañanas. Dormía exactamente encima del veneno.
"Tres años", murmuró Elena desde algún lugar de la planta baja. "Tres años instalando esas tuberías poco a poco, esperando a que el envenenamiento hiciera efecto."
Sophia llegó hasta la ventana del segundo piso. La abrió con cuidado, tratando de no hacer ruido.
Pero el crujido de los goznes la delató.
"Ahí estás."
La linterna del hombre la cegó momentáneamente. Sophia pudo ver su cara por primera vez.
Era David, el hermano menor de Richard. El que supuestamente estaba de viaje en Europa desde hacía meses.
El que heredaría todo si Richard moría sin hijos.
"¿Sabes cuánto vale mi hermano, Sophia?" David sonrió con frialdad. "Cuatrocientos millones de dólares. ¿Te parece poco motivo?"
Elena apareció detrás de él, con otra linterna en la mano.
"Debiste haberte quedado callada", le dijo a Sophia. "Ahora tendremos que improvisar."
Sophia retrocedió hacia la ventana. Estaba en el segundo piso, pero era su única opción.
"Espera", gritó. "¡Richard necesita saber la verdad!"
"Richard está sedado", respondió Elena con desprecio. "Le dijimos que tenía una crisis y le dimos sus 'medicamentos'. Dormirá por horas."
David se acercó más. En su mano brillaba algo metálico.
"Lo siento, Sophia. Pero no podemos permitir que arruines tres años de trabajo."
Fue entonces cuando Sophia se dio cuenta de algo horrible.
Las "medicinas" que Elena le había estado dando a Richard no eran solo placebos. Eran tranquilizantes. Para mantenerlo débil y confundido mientras el plomo hacía su trabajo.
Pero había algo más. Algo que David y Elena no sabían.
Cuando Sophia había revisado esa pared podrida, había encontrado algo más que tuberías de plomo.
Había encontrado un teléfono. Un teléfono viejo, escondido dentro de la pared.
Un teléfono que Richard había puesto ahí años atrás, cuando ya sospechaba que alguien lo estaba traicionando.
Un teléfono que había estado grabando cada conversación que se tenía cerca de esa pared.
Incluyendo la confesión completa de Elena y David que acababa de escuchar.
Sophia sonrió en la oscuridad. Sacó su celular y mostró la pantalla.
"Ya es demasiado tarde", les dijo. "Lo envié todo."
Elena y David se miraron con pánico.
"¿Enviaste qué?" preguntó David, con voz quebrada.
"El audio de su confesión. Las fotos de las tuberías. Todo está en camino a la policía y a los medios."
Pero lo que Sophia no sabía era que Richard Blackwood no estaba tan sedado como creían.
Y que había estado escuchando toda la conversación desde su habitación.
Justo cuando David se abalanzó sobre Sophia, las luces se encendieron y una voz familiar resonó por toda la casa:
"Aléjate de ella, David. Ahora."
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