La Exhumación
Tres días después, un equipo forense llegó al cementerio Jardín de los Ángeles.
Elena no fue. No podía soportarlo.
Se quedó en casa con Sara, esperando la llamada que cambiaría todo.
El detective Ramírez estuvo presente durante toda la exhumación.
Cuando abrieron el ataúd, lo que encontraron confirmó la pesadilla.
El cuerpo que habían enterrado no era Roberto Martínez.
Era otro hombre, de complexión y edad similar, pero con rasgos faciales completamente diferentes.
Las huellas dentales no coincidían.
El ADN no coincidía.
Alguien había falsificado la identidad del cadáver.
Alguien había planeado todo esto.
La Confesión
Roberto Martínez Solano fue trasladado a una celda de máxima seguridad mientras se investigaba el caso.
Durante días se negó a hablar.
Solo repetía una frase una y otra vez:
—Necesito ver a mi hija. Por favor. Solo una vez más.
Los psicólogos forenses determinaron que no representaba un peligro inmediato, pero que sufría de algún tipo de trastorno disociativo.
Finalmente, después de una semana, aceptó hablar.
Pero solo si Elena estaba presente.
Ella no quería ir. Cada fibra de su ser le gritaba que se alejara de ese hombre.
Pero necesitaba respuestas.
Necesitaba entender.
La sala de interrogatorios estaba dividida por un cristal blindado.
Roberto estaba sentado del otro lado, esposado, con barba crecida y ojeras profundas.
Cuando Elena entró, él levantó la vista.
Y por primera vez en dos años, sus ojos se encontraron.
—Hola, Elena— dijo con voz ronca.
Ella no respondió. Solo lo miraba, tratando de encontrar al hombre que había amado en ese extraño que tenía enfrente.
—Sé que no me crees. Sé que piensas que estoy loco. Pero necesito que sepas la verdad.
Elena cruzó los brazos.
—Tienes cinco minutos.
Roberto respiró hondo.
—Hace dos años, yo no tuve un accidente automovilístico.
Elena frunció el ceño.
—Fui secuestrado.
Las palabras cayeron como un martillazo.
—Yo trabajaba en una empresa de logística. Transportábamos mercancía de alto valor. Una noche, después de salir de la oficina, dos hombres me esperaban en el estacionamiento.
—Me metieron en una camioneta. Me llevaron a un almacén abandonado. Me dijeron que si no cooperaba, matarían a mi familia.
Elena sintió que las piernas le temblaban.
—Me obligaron a darles información sobre las rutas de transporte, los códigos de seguridad, todo. Y cuando terminaron conmigo...
Roberto hizo una pausa, con los ojos llenos de lágrimas.
—Me dijeron que yo ya no existía. Que habían puesto otro cuerpo en mi lugar. Que habían arreglado todo para que pareciera un accidente.
—Me dijeron que si intentaba volver, matarían a Sara. Que la tenían vigilada. Que sabían dónde iba a la escuela, dónde jugaba, todo.
Elena negó con la cabeza.
—Eso no tiene sentido. ¿Por qué no fuiste a la policía?
—¡Porque uno de ellos ERA policía!— gritó Roberto, golpeando la mesa con las manos esposadas—. Me mostraron su placa. Me dijeron que tenían contactos en todas partes. Que si hablaba, ustedes morirían.
—Así que desaparecí. Me fui al norte. Cambié de nombre. Trabajé en lo que pude. Pero cada noche soñaba con ustedes. Cada maldito día pensaba en Sara.
—Hace tres meses, leí en el periódico que arrestaron a toda la red. El policía corrupto, los jefes del cartel, todos. Y pensé... pensé que finalmente podía volver.
Elena sentía que el mundo giraba a su alrededor.
—Pero cuando intenté acercarme... ustedes me habían olvidado. Habían seguido adelante. Y yo ya no era parte de sus vidas.
—Así que solo... las observaba. Quería asegurarme de que estuvieran bien. Quería ver a mi hija crecer, aunque fuera de lejos.
Roberto se quebró. Las lágrimas corrieron por su rostro.
—Yo nunca quise asustarla. Nunca. Solo quería... solo quería verla una vez más.
Elena se quedó en silencio durante un largo minuto.
Luego se levantó.
—Necesito tiempo— dijo con voz temblorosa—. Necesito... procesar esto.
—Elena, por favor...
—¡DOS AÑOS, ROBERTO!— gritó ella, con lágrimas de rabia corriendo por sus mejillas—. ¡Dos años llorando tu muerte! ¡Dos años explicándole a Sara por qué su papá no volvería nunca!
—¡Y ahora vienes y me dices que estuviste vivo todo este tiempo! ¿Espiándonos? ¿Acechándonos?
—¡Yo no tenía opción!
—¡Siempre hay una opción!— Elena golpeó el cristal con la palma de la mano—. ¡Siempre!
El detective Ramírez entró y suavemente la tomó del brazo.
—Señora Martínez, creo que es suficiente por hoy.
Elena salió de la sala, temblando de pies a cabeza.
Detrás del cristal, Roberto se quedó solo.
Sollozando en silencio.
Pero entonces, el detective Ramírez regresó con una carpeta nueva.
—Señor Martínez, hay algo más que necesito preguntarle.
Roberto levantó la vista, con los ojos rojos.
—Encontramos algo más en su teléfono. Algo que no le mostramos a su esposa.
Sacó una foto impresa y la puso sobre la mesa.
Roberto la miró... y su rostro se transformó completamente.
Era una foto de un hombre parado frente a la casa de Elena.
Un hombre que Roberto conocía muy bien.
—Ese es uno de ellos— susurró Roberto, con voz temblorosa—. Uno de los que me secuestraron.
El detective asintió lentamente.
—Esa foto fue tomada hace tres días. El mismo día que usted seguía a Sara.
Roberto sintió que el corazón se le detenía.
—Él sigue aquí...
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