Si llegaste desde Facebook buscando saber qué había descubierto en esos mensajes y por qué mi propia hija me rechazaba, te entiendo perfectamente.
Esa curiosidad que sientes ahora es exactamente lo que me carcomía por dentro aquella noche de diciembre.
Lo que estás a punto de leer cambió mi vida para siempre.
Los mensajes en el teléfono de mi esposo no eran lo que esperaba encontrar. No había otra mujer. No había aventuras.
Eran conversaciones con mi hermana Clara.
"Ya le dijiste a Emma lo que debe decir?" escribía Clara.
"Sí, está lista. Mañana cuando mamá despierte, ya no habrá vuelta atrás" respondía mi esposo.
Mi corazón latía tan fuerte que pensé que despertaría a toda la casa. Seguí leyendo con las manos temblorosas.
"¿Estás seguro de que es lo mejor para ella?"
"Clara, ya viste los análisis. Los doctores fueron claros."
¿Análises? ¿De qué hablaban?
Bajé más en la conversación y encontré una imagen. Era una radiografía. Mi radiografía.
En el margen superior derecha leía mi nombre completo y una fecha de hace dos semanas.
El Descubrimiento
Las palabras se difuminaban ante mis ojos, pero logré leer el diagnóstico que aparecía abajo.
"Tumor cerebral agresivo. Etapa avanzada."
El teléfono se me cayó de las manos.
Todo comenzó a tener sentido de la forma más cruel posible. Las migrañas que había tenido últimamente. Los olvidos. Los mareos que achacaba al estrés del trabajo.
Pero lo peor no era eso.
Lo peor era darme cuenta de que mi familia lo sabía y había decidido no decírmelo.
Me senté en el borde de la cama, sintiendo cómo el mundo se desplomaba a mi alrededor.
¿Cuánto tiempo llevaban ocultándomelo?
Volví a tomar el teléfono y seguí leyendo. Los mensajes se remontaban a tres semanas atrás.
"Los niños están preguntando por qué mamá ha estado tan rara" escribía mi esposo.
"Hay que prepararlos poco a poco" respondía Clara.
"Emma ya sabe algo. Ayer me preguntó si mamá se iba a morir."
Mi hija de 8 años sabía que me estaba muriendo.
Y yo vivía en una burbuja de ignorancia total.
Caminé hacia su cuarto con pasos silenciosos, necesitaba verla, necesitaba entender cómo una niña de su edad podía cargar con semejante secreto.
La encontré despierta, mirando hacia la ventana donde la nieve caía suavemente.
"Mamá" susurró sin voltear a verme.
"Hola mi amor" le dije sentándome a su lado.
Se giró hacia mí y pude ver lágrimas en sus pequeños ojos.
"¿Ya sabes la verdad?"
Asentí sin poder hablar.
La Conversación Más Difícil
"Papá nos dijo que te ibas a ir al cielo pronto" me confesó con voz quebrada.
"También dijo que era mejor que fueras preparándote, y que si actuábamos como si ya no te quisiéramos, no te dolería tanto dejarnos."
Mi corazón se partió en millones de pedazos.
Mi familia había decidido alejarme para "protegerme" del dolor de la despedida.
"Emma, mi amor, ven acá" le dije abrazándola fuerte.
Lloró como nunca la había visto llorar. Todo su pequeño cuerpo temblaba entre mis brazos.
"No quiero que te vayas mamá. Fue idea de papá y la tía Clara. Dijeron que si te hacíamos sentir mal, te sería más fácil irte."
"Pero yo no quiero que sea fácil. Quiero quedarme contigo hasta el último segundo."
Esa noche hablamos hasta el amanecer. Le expliqué que estar enferma no significaba que dejaría de amarla. Que cada día que me quedara con ella sería el más valioso de mi vida.
Cuando mi esposo despertó, me encontró sentada en la cocina con una taza de café y los análisis médicos sobre la mesa.
Su rostro se puso pálido.
"¿Cómo…?"
"Lo sé todo" le dije con calma.
Se desplomó en la silla frente a mí y comenzó a llorar como un niño.
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