Él no se fue. En lugar de subir a su auto, sacó su propio juego de llaves y abrió la puerta del apartamento.
Vivía ahí. Con ella.
Mi hermana tuvo que agarrarme del brazo porque casi me desmayo en el asiento del pasajero.
"No puede ser", susurré. "No puede estar viviendo una doble vida."
Pero las piezas encajaban perfectamente. Los "viajes de trabajo" de fin de semana. Las noches que llegaba tardísimo diciendo que había estado en casa de su hermano.
Todas las mentiras que me había creído.
Esperamos otros treinta minutos. Las luces del apartamento se encendieron en el segundo piso. Pude ver sus siluetas moviéndose por la ventana.
Se veían como una pareja normal. Como si esa fuera su verdadera vida y nosotros fuéramos la mentira.
La Verdad Que Me Partió en Dos
Al día siguiente, mientras él estaba "en el trabajo", contraté a un investigador privado.
No podía vivir con la incertidumbre.
El investigador me llamó tres días después. Su voz sonaba incómoda por teléfono.
"Señora, necesito que venga a mi oficina. Hay cosas que tiene que ver."
Las fotos estaban esparcidas sobre su escritorio como las piezas de un rompecabezas macabro.
Mi esposo saliendo del apartamento todas las mañanas a las 7 AM.
La mujer llevando a una niña pequeña al colegio.
Mi esposo recogiendo a esa misma niña en las tardes.
"¿Esa niña…?" pregunté, aunque ya sabía la respuesta.
"Es su hija. Tienen una hija juntos."
El mundo se detuvo. Las palabras del investigador llegaban como desde muy lejos.
"¿Qué edad tiene?"
"Cuatro años."
Cuatro años. Habían estado juntos por lo menos cinco años. Durante toda su relación conmigo.
Matías tenía siete años. Eso significaba que mi esposo había empezado esta otra vida cuando nuestro hijo tenía apenas tres años.
"Hay más", dijo el investigador. "El apartamento está a su nombre. Ha estado pagando todos los gastos. Incluso…"
Me mostró recibos de la guardería de la niña. Del supermercado. De ropa para ella.
Todo pagado con dinero que supuestamente era para nuestra familia.
Pero la foto que me acabó de destruir fue la última que me enseñó.
Era de la fiesta de cumpleaños número cuatro de la niña. Mi esposo estaba ahí, con un gorro de fiesta, cargando a su hija.
En la mesa había un pastel que decía "Feliz cumpleaños, princesa. Te ama papá."
Esa fiesta había sido un sábado que él me había dicho que tenía que trabajar horas extra.
Ese día yo me había quedado en casa con Matías, viendo películas y comiendo pizza, esperando a que "papá" regresara del trabajo.
Cuando llegué a casa esa tarde, encontré a mi esposo jugando con Matías en la sala como si nada hubiera pasado.
Lo miré y por primera vez en años realmente lo vi. Las mentiras escritas en cada gesto.
Esa noche, cuando él pensó que yo estaba dormida, lo escuché susurrándole a alguien por teléfono: "Te amo. Mañana nos vemos."
Era la gota que colmó el vaso. Pero lo que pasó cuando decidí confrontarlo fue algo que jamás podré olvidar…
Deja una respuesta

IMPRESCINDIBLES DE LA SEMANA